¿Cómo no preocuparme cuando la pena se hermana en cada historia y
el transcurrir -sin más- parece buena senda?
Todavía arden cercanos los incendios atragantándose en nuestra memoria y
el olor a cansancio es un paisaje cual viejo achaque que nadie compadece.
Perduran las imágenes pero de poco
sirven si quien debe mirarlas decora los cristales con jardines tan falsos como su propia dignidad llena de sombras.
¡En
tantas casas se han detenido todos los relojes!
Se arrancó como hierba el valor de unos ojos descartando la fuerza de
la resurrección en otros ojos. Ignorante costumbre es personalizar el eco de la angustia cuando la voz excede al
individuo.
La solución trasciende los sonidos de las vanas palabras que no marchan en un compás acorde al sentir
de la gente.
Entre dos párpados no cabe tanta espera y no hay paciencia exenta de fronteras.
En tanto yo,
me paro en cierta altura, queriendo equidistar cielo e infierno, tratando de tener los ojos claros, el corazón abierto
y las manos dispuestas al afán que las reclame.
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