Primero fue el confín
que intentaba aportar
un cierto orden.
Columnas de cemento,
tejido romboidal
y un paso en cada extremo.
Con el andar del tiempo
y el surgir habitual de lo imprevisto,
fue una verde cortina
manchada con violetas campanillas,
que todos disfrutábamos al paso.
Así paso de alambrada a tapiz,
de precaución a gusto.