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La niña era apenas
un tímido junco
dando vuelo a un sueño
entre tanta sombra.
Hablaba sin prisa
sus pocas palabras,
como si pidiera
permiso al hacerlo.
En torno, el bullicio
ocupaba el trono
de todas las noches,
ahogando pasados.
La música trajo
un cielo distinto,
se instaló el asombro,
los sonidos eran
espadas y cielo.
En ese momento
la niña no supo,
que al sonar la hora
donde cada magia
termina su cuento,
deslizaban lágrimas
todas las miradas.
La niña era apenas
un tímido junco.
Escuchó el aplauso,
sonrió levemente.
Entibió mi alma.
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