Me asomo a este papel con la vieja costumbre de pretender hallar el
pedernal que encienda la llama de algún verso. Y nada resplandece detrás de los fantasmas, más bien un pueblo
humeante, escombros de metáforas, espaldas a lo lejos.
Así no tiene caso, bajo un cielo tan pálido intentar el milagro. Pues
la poesía no se hace con la palabra vana, es un costado abierto, un surco que del alma derrama su latido, el
verbo de una lágrima, un silencio que grita hasta volverse eco.
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